Cuando anhelas algo con todo tu corazón de tal manera que no puedes ni dormir de tanto pensar en ello, la vida te responde, quizás no de la manera que lo esperabas, ni a tu tiempo, ni con tus condiciones, pero te responde. Lo que deseas llega, con esfuerzo, convicción y trabajo duro, tarde o temprano tus anhelos se hacen realidad.
Rosi Yabur
Escuchando a mi llamado
Desde muy niña siempre mantuve el anhelo de ser alguien grande en la vida, aunque no tuve la fortuna de ser una chica popular en la escuela ni mucho menos ser reconocida por otros, mas bien me caracterice por mantenerme en la sombra por miedo a seguir siendo criticada o juzgada por los demás; ser la burla y el hazme reír de los compañeros cuando se es una niña no era nada fácil de tolerar para la edad que tenia. En la adolescencia las cosas fueron cambiando un poco y la vida por alguna razón me presentaba a personas que habían vivido o estaban viviendo algo similar a lo que yo había pasado, fue en ese entonces cuando sentí la necesidad de aportar mi granito de arena y procurar que las cosas fueran distintas, no quería que nadie más fuera maltratado en la escuela, fuera burlado, violentado o agredido psicológicamente.
Por esta razón tomé la decisión de estudiar psicología. Durante toda mi carrera profesional me imaginé siendo una gran psicóloga reconocida, quería ser la siguiente Anna Freud o una Mary Ainsworth, o al menos llevar el título de Doctora anteponiéndose a mi apellido, porque por ilógico que parezca en nuestra sociedad un título pareciera hacerte más “valioso” o más “importante” que a otros, así que como ven en realidad ser maestra nunca había sido mi sueño, pero tocar los corazones de muchos e influir de una manera positiva en sus vidas, si lo es.
Mi vida siempre ha estado encaminada al servicio de los demás, sin importar títulos o reverencias, simplemente el sentir que había hecho algo positivo por un otro me hacia feliz, pero ahí seguía yo, aún no lo entendía, aún no lo tenía claro. Por mucho tiempo quise empeñarme en ser quien creía que debía ser, e inconscientemente me forzaba a cegarme, a negarme a misma cuál era mi llamado. Confieso que tenía miedo, miedo de defraudar a mi familia, miedo de que quienes nunca creyeron en mi dijeran: “ sabía que no podría”, miedo a ser dejada en el olvido, miedo a descubrirme siendo incapaz, miedo a no ser lo que alguna vez me prometí que sería.
No fueron días, ni semanas, ni meses, fueron años de autoconocimiento, años de errores y aciertos, años de zozobra y dudas, años llenos de miedo, años creyendo que se me hacia tarde o se me acababa el tiempo para realmente entender que quería hacer con mi vida. Solo tenía claro una cosa: quería hacer algo que marcara la diferencia en la vida de los demás, pero yo, ignorante de los planes que la vida tenía para hacer de mi sueño realidad me rehusaba a creer que me iba a convertir en lo que muchos despectivamente llamaban “ una simple maestra”.
No obstante, las señales de la vida y sus caminos me llevaron a ejercer esta hermosa profesión de la cual hoy por hoy no solo me siento orgullosa, si no que me ha permitido ser todo y más de lo que había soñado. Yo no soy una “simple maestra”, yo soy generadora de cambio, soy modelo a seguir, soy modificadora de creencias y conductas, soy diseñadora, soy creadora de arte, soy relacionista, soy amiga, soy su protectora, soy ponente, soy creatividad pura, soy cazatalentos, soy motivadora, soy influenciadora, soy la viva imagen del amor por un otro que no te pertenece y es ajeno a tu vida, y si tú eres maestra(o) también eres todo esto y mucho más.
Hoy en mi presente lo veo todo más claro, y aunque sé que el camino por recorrer aún es largo e incierto, puedo decir con orgullo que estoy siguiendo a mi corazón y atendiendo a mi llamado, y eso para mi vale oro.